Un verano entero después de una guerra de espadas se desata. Temporal de olas cálidas. Sólo las cúspides de las torres de esta ciudad desbandada refrescan. Un enjambre, una sucesión de bienvenidas. El otoño no espera, viene al final del llamado, a la caída del último fruto, con la piel de la ultima chicharra.

120

La ribera está bañada por la humedad de la mañana.  Poca gente se va acercando a la orilla, susurra al compás de los fuelles de los bandoneones. En el barco resuena fuertemente la música del arribo, compartida con el muelle vecino y la tertulia.
Los señores gordos cantan falsetes para sus muchachas y los chiquitos arrojan sus redes al agua,  traman y hacen metáfora del entramado.
Unos chicos están despidiéndose. No hay nadie en el  muelle que haya concurrido para devolverles el saludo pero agitan sus manos enérgicamente, cada vez más fuerte. Uno de ellos saca su pañuelo y lo arroja.  Las madres están ocupadas llorando por sus hijos como para verlo caer, entonces es el muelle quien lo recibe .Miran una a una las caras, las guadan en la memoria para sentir luego algo de nostalgia. Si supiera dibujar  me detendría desde la cubierta a observar detenidamente el rostro de cada uno y les dejaría los retratos en su puerta.
Yo estoy aquí para perder el tiempo. 

119

Desde mi balcón veo las cuatro esquinas, esta es una ciudad fría en verano.
El oficio de la soledad comienza en invierno, con el calor de las tazas y la vibración del agua hirviendo. Se gesta durante marzo y el brío hace estallar las copas de coctel escondidas en el armario.
La particularidad de los gestos, la minuciosidad del detalle puesta en cada acto nos diferencia arbitrariamente. Como si la decisión final se encontrara en ponerle o no azúcar al café, cómo si ese pequeño gesto definiera mi posición ante tu propuesta. Lamento decepcionarte, es la arbitrariedad lo que define la acción en este caso.
Comencé a construir este castillo de tazas vibrantes y su solidez flaquea, sólo así podrá ser formidable. Esta esquela de pequeñas piezas secundarias será lo que haga memorable mi oficio. Habilitar su contexto, darle peso a su entorno, ficcionar el olvido de lo importante.
Si hablo de mi, si me atrevo a hacer uso del yo es sólo porque soy un hecho secundario. Una mentira accesoria  que refuerza el nudo central de la historia.
Si quisiera contarte acaso algo importante, empezaría por decirte nimiedades. Descreé de los principios y sobretodo de las palabras, lo que importa acá es letra, la puntuación, lo espacios que dejo entre cada palabra. Si pudieras leer esto a mano alzada entenderías la importancia de los pequeños rituales; el café, la taza azul, la radio sonando sin importancia.
Si me atrevo a hablar de vos es porque en realidad es tu abrigo el que importa. Que te hayas puesto tu piloto y que la lluvia no se haga presente. El resto es circunstancial, me puedo imaginar lo que pensaste y aunque me equivoque no tendré problemas con eso.
Esta ciudad se pone realmente fría en verano, la humedad se condensa en las mangas del piloto del chico del tercer piso, desde el balcón veo proyectarse las lineas posibles de su caminata cuando cierra la puerta del edificio. En lo único que puedo pensar es en que si lloviera el plástico del piloto reluciría y el amarillo se reflejaría en sus manos.

118

"Uno de nuestros amigos se iba por largo tiempo, no especificó el lugar, aunque lo conocíamos. Su entusiasmo lo llevaba a ahondar cada vez más en cada estúpido detalle. Hartos de escucharlo decidimos encerrarnos en su casa mientras él vociferaba desde el fondo haciendo apuestas en su cabeza sobre cuanto tiempo íbamos a demorar en terminar en la cama.
Resulta incómodo luego de tanto tiempo estar solos ahí dentro, pero veníamos encontrándonos desde hace un tiempo. Nos desnudamos más rápido de lo que pensaba, supongo que después de un tiempo hay cosas que se memorizan. Deberíamos seguir haciéndolo despreocupadamente pero quedan pocas casas en las que nos veamos casualmente.
Y si, tuve que ser irónica y cruel. Pero cuando llego tu esposa vos seguías actuando cómo si yo no fuera un hecho importante. En algún punto hicimos un trato ¿Verdad?. Aunque no estemos de acuerdo.
Nuestro amigo se va ir de viaje, no importa cuanto insistamos,así que no tiene sentido continuar la charla.
Mis modales fueron en desmedro y la sinceridad de tus actos es aterradora.
Soy demasiado ficticia como para mentirme, quisiera hacer una declaración de los principios, explicarte que es sólo una cuestión de sincronización, hacer algún gesto heroico que te acerque...Pero querida, ¿no ves que somos un sueño?. Somos señuelos de los hechos, amémonos un rato más, que los tratos acá son lo menos importante."

Tuve un sueño horrible querido, es que en verdad los fantasmas lo son. Disculpa que no llame para contártelo y hacer algo al respecto. Es que quisiera engañarme, pero los cuerpos de los fantasmas rara vez están donde uno los llama.




117

Cuando estoy yo en tu campo no se caza porque es disputa de amor.
Los tordos son seis, sólo seis en el árbol pelado. ¿ Con quién hablan cuando hablan los tordos del Alerce? ¿Acaso sabías que ellos mienten?  esconden su porvenir en nidos ajenos.
Cuando estoy yo tu campo es recorrido, promesa gravitatoria.

Cecilia


Cecilia y yo teníamos un acuerdo, ninguna de las dos se iba morir al menos que sea estrictamente necesario, como en el caso de tener que faltar si o si al trabajo o el cumpleaños de alguna tía lejana.
En  los primeros años no nos causó mayores inconvenientes, lo más cerca que estuve de romper el acuerdo fue por una angina que se me complico e hizo una faringitis aguda.
Desde niñas fuimos lo suficientemente cautas como para ahorrar el dinero que nos daban para el quiosco, nos imaginábamos que para vivir eternamente necesitaríamos tener al menos una casa y terrenito propio. Con el tiempo fuimos logrando nuestro cometido. A los 28 teníamos una casa de 4 ambientes con un  pequeño jardín,  fondo de 40 x 10 y una muy buena luz ambiente.
Logramos llevar a cabo las actividades diarias sin mayores inconvenientes, sepan que para planear una vida eterna primero hay que aprender a lavar los platos y minimamente autosustentarse, una pequeña huerta, unos frutales y un gallinero. Decidimos, por el momento, no tener mascotas ni hijos, no al menos hasta aprender a sobrellevar la vida entre nosotras.

Cecilia fue la primera en traer la problemática a casa, de manera inocente, sin conciencia clara de los hechos. No puedo culparla. Aprendimos a organizarnos hace ya varios años, para lo que podría llamarse la cotidianidad estábamos preparadas. Fue entonces cuando a Cecilia se le ocurrió traer un par de plantas de interior para tener de que ocuparse (habíamos convenido que el tejido lo íbamos a comenzar recién bien entradas en los 60) . Debo decir que a mi me agradó bastante la idea, además aportaban a la decoración de la casa. El problema fue que Cecilia se encariño excesivamente con ellas  y no lograba entender el momento de su partida. Más allá de lo minuciosa que fuera con el cuidado la mayoría de las veces se le secaban y, casi paradojicamente, ella las reponía por plantas aún más delicadas. Intenté hacerla entrar en razón, pero no hubo caso. Al final probé, en vano, levantarle el humor trayéndole nuevas, pero ella siempre añoraba a la anterior y no había manera de convencerla.
Supuse que era una etapa, una traba en la larga trayectoria, así que decidí restarle importancia.
Poco a poco fue olvidándolo, pero una marca irreparable quedó en ella. Como esas cicatrices blancas y abultadas. Su humor cambió, casi imperceptiblemente. De hecho no noté el daño que le había causado hasta el nuevo incidente. Por supuesto las cosas se fueron sucediendo, no me di cuenta de lo que se estaba gestando hasta estar ya muy metida en ello.
Fue a mediados de otoño, para mi cumpleaños número 32. Ella estaba esplendida, luminosa, alegre. Sabía que me había planeado una sorpresa, su ansiedad la delataba. No podía imaginar que era aquello que la excitaba tanto y la ponía por fin de tan buenos ánimos. Me contagio enseguida y unos tres días antes de mi cumpleaños la casa se lleno de júbilo y expectativas.
El día en cuestión empezó de la manera más inesperada. No me despertó llevándome el desayuno a mi habitación, cómo acostumbrábamos en las fechas especiales, sino que espero a me levantara ya pasada la mañana y me dirigiera hasta el comedor. Ahí estaba ella, lista. Las tazas preparadas sobre la mesa, el agua  en la pava esperando el momento de ser calentada y mi sacó de te preferido en la taza, el pan cortado y listo para tostar, las servilletas en el servilletero y una al costado de cada individual, todos los detalles. Cecilia radiante, esgrimiendo una sonrisa. Había seleccionado mi ropa, toda mi vestimenta, y la había dejado al costado de la cama, así que nos encontrábamos ambas alineadas y con los sobretodos extendidos sobre la silla. Pensé que era un gesto de gala, alguna salida.
Al verme me dirigió una sonrisa y una rápida mirada a mi vestuario comprobando la certera  elección. No hizo comentario alguno y enseguida encendió la hornalla. Espero callada a que el agua calentara, había puesto la cantidad justa para ambas tazas, y nos sirvió en silencio.
Al sentarse tomó un sobre que había dejado en la silla anexa y, 10 minutos después de haber entrado por primera vez al comedor, me dirigió la palabra: ¡Feliz cumpleaños! . Simple, sincero y amoroso. Enseguida, ni bien hubo terminado de pronunciarlo, puso el sobre delante de mi taza.
No tenía ni la menor idea de que podía ser y lo abrí con total curiosidad. Para mi sorpresa estaba vacío. No se que cara habré puesto, pero al instante tomó mi mano y me explicó como si fuera un niñita "Es nada, por lo tanto también es todo". Es vacío, pensé,  y lo vacío está lleno pero únicamente de nadas. Me aterré, pero ella ni siquiera se inmuto. Dejó mi mano nuevamente sobre la mesa con una pequeña caricia. Me invito en silencio a continuar el desayuno, con una sonrisa maternal me ofreció unas tostadas untadas.
Se fue esa misma mañana, vestida de gala, amorosa, y no volvió hasta dos veranos después.


115

Un vez avanzado el síntoma decidió mudarse a su casa.
Poco a poco la fue llenando de objetos infantiles. Le gustaba la pulcritud de su departamento, pero no podía evitar sentir fascinación por los pequeños objetos de plástico. El primero fue un reloj que imitaba la cara de un gato de un dibujo animado de los ´70. No buscaba los objetos sino que se los encontraba al pasar, como si estuvieran llamándola, y no dudaba en comprarlos. En su mayoría eran baratijas, pero de buen gusto.
Objetos al azar fueron colmando los estantes y rincones hasta convertir el departamento en uno de esos que él odiaba, abarrotado y nada distante de aquellos llenos de estatuillas , porcelanas, cerámicas y recuerdos de bautismos y casamientos que guardan las viejas.
Aún así,  cuando ella ya no pudo salir a pasear, si al volver del trabajo por casualidad topaba con algún objeto similar lo compraba. Al llegar a la casa lo ubicaba en algún lado, no se lo mostraba, simplemente lo anexaba a la colección. Entonces se daba cuenta de que sus compras eran realmente de mal gusto y muchas de las veces terminaban en la basura. Con el tiempo afinó el gusto e, incluso mucho después de que ella vuelva a su antigua casa, continúo con la costumbre.
Más tarde sus hijos adorarían cada objeto y odiarían el extremo cuidado cuando se les permitía tocarlos y las restricciones continuas a jugar con ellos. Aún más tarde sus nietos, sin ninguna consideración, guardaran sólo un par de ellos a modo conmemoratorio. No entenderán la ridícula obsesión de su abuelo por semejantes chucherías y aún menos la obstinación de su abuela con no explicar ni decir absolutamente nada al respecto.

Ratas

Si las ratas invaden la ciudad la peste será terrible. Correrán entre los muertos, crecerán en el moho , se alimentarán de nuestras crías.
Desde abajo de la tierra hacia arriba, creciendo como tubérculos.
Entonces los incendiarios tendremos nuestra oportunidad.

A Rocio no le gustan los zorros

Ni los perros de caza. Trenza su pelo en la laguna que el vendaval trasladó de orilla. Descansa su ropa en la piedra y juega en el agua hasta agotarse.
Rocio no cree en la inocencia y mira con malicia los peces que mordisquean sus pies, haciéndole cosquillas.
Los zorros siempre fueron astutos y eso es lo que la aterra, que no puedan dejar de serlo. 
Sale a caminar, metódicamente, un pie detrás del otro. La gracia de la caminata es que un pie quede siempre detrás, lo tiene muy en claro. Y aún así a veces piensa en el pie de adelante y trastabilla.
El encadenado de la ciudad no la aterra, fue construido con un fin sin sentido desde el principio, ¿pero lo demás?,  el río, los bosques, los sentimientos, los zorros, los peces...la búsqueda de sentido. Entonces se dice en voz alta: -No! No me gustan los zorros!. Y algún distraído que pasa por ahí la mira con cara rara; mientras, ella sigue caminando, metódica, absorta.
Cuando se va a dormir descansa, se aleja de la laguna y juega con los zorros, los mima y alienta.
Despierta enfurece. Repite en su cabeza el hilado de la ciudad, los ríos, los bosques, los sentimientos, la laguna, los peces, la piedra y repite con certeza: un pie delante del otro, uno adelante, el otro atrás. Y trastabilla.

111

Sos como nos enseñaron
igual a lo que estaba ahí cuando te criaron.
Sonás a casa, con todo el terror que te causa la palabra.
Entonces.
Soy lo que te enseñaron
un hogar.

110

Hoy fuiste a la casa de la tía y te desnudé, gurí chiquito igualito al padre. Ojitos marrones como el río atormentado.
Naciste peludito, como la hoja de menta, cubierto de pies a cabeza de pelusa blanca. Embadurnado en sangre y llanto.
Tu mamá se enoja si le hecho jazmines al agua de la bañera, pero que va entender la gringa del trato a los angelitos . La tía se me enfurece si te dejo correr a las gallinas, es que saliste bravo, con sangre ´e monte.
No te me vayás para el enramado, mirá si una yarará te deja mansito.
Pareces un potrillito, alto y escuálido, sin poder controlar las patas largas. Seguro el patrón tenía la misma espalda de chiquito, y ahora anda como potro de exposición, con el pecho inflado. El patrón tiene buena memoria, como los caballos, pero se muere de ganas de olvidarnos...Es que te viniste para complicarlo.
Vos quedáte conmigo que yo te malcrío.Yo ya no estoy pa´ maliciosa, que aunque la belleza del irupé siga presente prefiero hasta reservarme pa´ monja. Que me canso hasta de sólo pensar que venga para acá, con el ímpetu de hablarme de amores.
Veníte que yo te duermo, que la tía ya está vieja pal´ canto.
Te voy a criar sincero, como viento de peste, así no me fabricás pretextos pa´ quererme.
No la molesté a la tía, que es fiera te digo.
Miráte que sos lindo nomás y bienintencionado....

Pampa

La tierra sede a la más mínima ráfaga de viento, a las pisadas, sede al calor. No le cede al pasto.
El álamo reclama soberanía, señor feudal que ofrece sombra a cambio.
El campo se extiende atrás, a nuestra espalda, y adentro, en nuestro oídos.
La banquina arde sueño, somnolienta confunde a las moscas con motocicletas y transmuta el reflejo del sol en agua.
La lechuza vizcachera traga la noche y escupe los residuos durante el día.
La Pampa sos vos, sacándote las espinas de los cardos del pie. Son 50 km alejándose de la ciudad.
La Pampa implica mucho más que este paisaje autárquico.

número 11

Desde el este golpea el viento de lluvia, lo que trae de quién sabe que lago se filtra por el techo del baño.
Estamos situados.
El contexto es barato, colchón de desarraigo.
Los que no amamos nos estiramos perezosos.
Descansan las cabezas en la única almohada, rectángulo largo, duro, de espuma amarilla y tela descolorida.
Los pies se vuelven cálidos al tocar el nuevo lago que formó la lluvia en el piso frío del baño. Son primos hermanos del emplazamiento.
Adentro se filtra la excusa, gestando no amantes.

Octubre

Los cableados descienden por la vía de una ciudad a otra.
Nosotros somos enormes, envueltos en el caos de cobre.
La lluvia decide no mojar a los pintores flamencos, tan preocupados por el color.

Un músico recorta fragmentos que vibran en su cabeza para una nueva melodía.
La soledad decide llamar a la noche, bañar de rocío las plazas.
Yo decido terminar esto, salir por la calle adoquinada
y no tomarme ningún café.


106

Volvieron los años de no dormir
las reiteraciones
las construcciones

(Encontrarse va a ser una casualidad catastrófica)

105

El verano se hizo presente en medio de la fatiga que se produce entre el ensueño, las horas eternas y la falta de cama. Se trajo así mismo en el sopor de la siesta.
Un cuarto luminoso, amplio, blanco mate; el edredón naranja de la cama; vos, que siempre te pensé amarillo.
Mi mareo de mediodía, la semi inconsciencia que me producía la enfermedad, dejándome atónita a cada detalle;yéndome, murmurando pensamientos, construyendo ciudades de ideas.
La luminosidad del cuarto, la sombra fresca de la casa, el jugo en la mesada; casa de mar construida en plena avenida. Pocos ruidos irrumpen nuestra vista a las nubes, rayadas por el cable del teléfono.
De noche escuchamos la sinfonía de mosquitos que suenan en tu campo de balcón.

Lado b

Tengo un mecanismo, una operatoria para cuando me encuentro con gente que no conozco.
Algo que no me gusta comentar y que comparto con el gato que espera conmigo en el bar. Un mecanismo arraigado: Soñar un acontecimiento entero, cruzarte como cuando eras joven detrás del mostrador y no verte.
Sucede que el no conocido siempre llega tarde, entonces varío el final. Los parlantes del bar aumentan el volumen de la balada, el gato estira las piernas y se relaja en mi falda y así construyen conmigo el lado b de la historia. Automáticamente, al desatenderlo en pos de la minuciosidad de mi operatoria, el gato mueve la cola en señal de desagrado y amenaza con morderme. Yo pienso que sos como un gato pero al revés y te pones mimoso cuando me concentro en otras cosas.
El lado b de la historia tiene catalizadores, objetos de santuario (santuario adolescente, de ídolos idealizados), cosas que ahora son reliquias de la mente.
El lado b es una ficción aparte, una realidad concreta en donde los días de la semana son siempre una noche en microcentro, a la salida de un recital en donde sólo tengo unas zapatillas para salir corriendo. En el lado b también tengo un perro y un escritorio amplio y blanco que nunca uso. El lado b es tan largo que este texto es tan sólo un pequeño islote.
El lado b está entrando al bar, el no conocido no me reconoce y el lado b viste tu ropa.

101

Los directores de orquesta sentados en la primera fila del anfiteatro
miran asombrados su propia creación.
Los instrumentistas del silencio arrojan sus primeros acordes
repercuten en la densidad del espacio.
Los aplausos desmedidos, enceguecedores
abruman a los académicos.

Rutinas

A


La tierra llevaba labrada un tiempo más que suficiente. La cosecha había funcionado de maravilla y él descansaba de lo fatigoso del verano en un rincón del comedor, la sombra del espacioso ambiente aplastaba diciembre. No tenía sentido añorar el invierno sólo por el deseo de respirar un poco de aire frío.
Pensando un poco ese invierno había sido de verdad más que agradable, la temperatura se había mantenido bastante estable y las heladas no habían causado grandes inconvenientes.
No había pasado nada en particular, ningún acontecimiento alteró su estancia en la casa que en otros años había funcionado como casa de verano para la familia. Tal vez eso era lo que había hecho tan agradable al invierno, la nada misma, el acostumbrado paso del tiempo en su máximo esplendor. Una costumbre calma había cargado el frío del invierno y convertido en un compañero apacible de las tareas.
Las cosas se reducían a eso, una disposición de momentos, algunos con mayor importancia que otros, pero en definitiva una sucesión de hechos ordenados de manera lógica en el calendario. Siembra, cosecha, invierno, primavera, festividades, días patrios, convenciones. Si se miraba aún con cierta delicadeza el asunto era simple y no había mucha vuelta que darle. Vivir de acuerdo a ello era bastante sencillo. Por lo menos a Julio, un hombre de unos ya evidentes 58 años, no le resultaba tedioso ni agobiante.
Sucesión sucesión sucesión, como los días de la semana.


B


Parece que la vecina siempre hace asado cuando vengo, tus familiares hacen visitas sorpresa, la hija del verdulero se pinta las uñas y el perro sin collar ni dueño arremete para ladrarme bien cerca del pie.
Parece que así se construyen las rutinas.
En algún momento el perro, la hija, tu vecina y los familiares sincronizaron alguna especie de reloj interno y sin ponerse de acuerdo decidieron algo, reiterarse.
Yo, que no me siento excluida del trato, saco la llave del bolsillo. Pienso que pienso distinto y que quizá el perro (como la vecina) piense lo mismo y su ladrido a mi pie,  a mis pies de los diferentes días, calzados, medias, cargue siempre nuevas intenciones. Demoro entre este pensamiento y la calidez que me produce dos minutos más en sacarle la cadena a la reja. El perro vio entonces más que un calzado, vio mi tobillo, vio carne, vio comida y me mordió.
Parece que así cambian las rutinas.

99

Esta belleza de lo que nada es, de lo que no queda
-tanta hermosura
de poco ayud
a

Rinoceronte

Un rinoceronte oscuro, gigante, baila grotescamente en la esquina de la habitación
Un recorte pintorésco de tu país.
La patria del inconsciente es eso. Un rinocerante gigante, gris perlado, agitando brazos de hombre, murmurando palabras de dioses, escuchando sonidos de agua, de tierra, olfateando un camino, una autopista selvática.

Invierno

Este invierno viene siendo lo que es, lo crudo y lo cocido.
Este invierno porfin empieza a tiempo, melodioso y sin retraso.
Invierno de abrigos largos, de bufandas que nos crecen como enredaderas.
Este invierno me voy a congelar sin excusa.

96

Toda pequeña muerte se llora
la luna llena invade todos los funerales
Mi cuerpo es puro despojo

La pequeña muerte, me dice
para invadirme de tranquilidad
Es necesario irse todo junto,
para que las cosas sean de a una por vez

vamos vamos vamos
despierten de las muertes chiquitas!
descansen en la muerte eterna

95

de qué hablás cortazar? casa tomada, casa presa
la humanidad de los objetos, su finita inquietud

presos nosotros, los presidiarios que se encarcelan
se enjaulan por separado y se condenan nombrando posibles

94

ahora la tormenta, lo que es
toda la fiebre temida
y un cuarto amplio, vacío
nulo.

93

caótica
incendiando las cosas
incendiaria
ajena y en llamas
llamarada
llamar amar dar
incendiar para no dar más
matar
atar destrozar
el azar, siempre el azar
sin poder parar de incendiar
caótica

91

la muerte después de la muerte
un dios arbitrario y caprichoso
sangrar como una sinfonía

el infinito en tinta
en la piel

innata compañía .

90

Siempre vas a ser el jardinero de mi campo, el que riegue mis frutales y alimente las plantas aromáticas. Jamás podría quitarte el territorio que de tanto cuidado empezó a quererte y lleva ahora tu nombre. Te  lo cedo, ya sin pleitos ni reclamos. Seguirás arando, sembrando y cosechando a tu antojo. Que sin sentido haberte peleado por las frutas de estación cuando estuviste con ellas todo el invierno. No puedo pedirte que me devuelvas aquello que responde a tus manos. Te entrego todo y me mudo a la ciudad; al silencio de las grandes estructuras que intentan llegar a las nubes unidireccionalmente con tanta terquedad y al desconcierto de toda certeza, que tan bien me viene.
Siempre serás el jardinero, nunca quisiste entrar a la casa y sentarte cómodamente en el sillón. Nunca entendí porque, ¡si es tan grande y está tan vacía! Quizá haber corrido las cortinas, hacerte una copia de las llaves, pero no, ¡las enredaderas!, las enredaderas invaden desde los cimientos creía yo... y le ponía cada vez más vidrios a las ventanas, que la casa esté cálida para tu llegada.
Las tardes en el jardín, podando las rosas, las voy a extrañar...pero dormir años enteros acompañada de la amplia colección de muebles, la extensión de alfombras que se sucedían sin ninguna pisada.
Dormí afuera! me gritabas de vez en cuando y yo te seguía hasta el naranjo que me acunaba con su flor tan dulce. Dormí afuera! me decías en realidad con señas ya que nunca aprendiste a hablar.
Pero no, se hizo invierno y nos congelamos.
La cama caliente durmiendo con el reflejo de las estrellas en la almohada, las constelaciones girando toda clase de suertes, empapelando las paredes, vistiendo el placard de luces lejanas que no se preocupan de la eternidad ni del espacio y el viento armando una orquesta con la persiana. Nosotros afuera, el tilo pelado y el hielo en los huesos.
Es verdad que a mi siempre me quedo grande la cama, me acostumbre a dormir en el portal cuando la lluvia no amaina aunque la casa se abra de par en par.
Ahora el campo es tuyo y es santo. Quisimos venerar, santificar es nuestro oficio. Inmaculado que difícil que es de tocar y arar.
Tierra negra hay en la ciudad, y vos jardinero ¿De qué pensas trabajar?

Ser el sur

Eras una sola cosa con el mar, la marea bajó y vos te hundiste mar adentro. Te entremezclaste con la sal, te teñiste de marrón con el iodo; boqueaste un saludo, atragantado de espuma.
Mar adentro soñás; corriente de por medio vacilas entre guaridas de corales y cascos de barcos hundidos en la guerra de otro tiempo, guerra de costa, de marea alta y desenlace en los acantilados rocosos.
La choza de madera en la costa sur, viento salado que confunde al paladar y enfrenta las chapas del techo.
Pleamar, influjo consciente de la corriente subterránea que degrada la madera por debajo de los granos de arena.
Bajamar, arenal y presencia desnuda.

88

Tus ruidos salen de mi cartera, nacen del entramado de la tela e invaden la autopista atascada, el amontonamiento. A la gente no le molestaría si cantaras pero lo que se escucha no puede llamarse música. Sonidos entrecortados, alejados de toda escala, se meten sin prejuicio en los intersticios que dejan los brazos apoyados en los volantes, brazos que no retienen ninguna danza, brazos mudos.
De mi cartera vas brotando, sonido pelo sonido uña sonido fémur sonido estómago sonido pómulo sonido pliegue sonido párpado sonido pierna, sonidos que no conforman ningún cuerpo.
Cuanto molesta tu capacidad para inmiscuirte, para brotar e invadir. Que desastre de brazos muertos que no frenan el avance, que no te atrapan.
Sonido raíz sonido eco, y la autopista es una orquesta.

Él

Fue entonces cuando se dio cuenta de que no veía. Era niebla lo que se le adelantaba en su horizonte cada vez más corto. No era un problema de su fisonomía, no era el órgano lo que estaba mal. Era la incapacidad de distinguir las figuras, la imposibilidad de delimitar las cosas, era la noche gris en cualquier avanzada, lo vaporoso condensando lo que acontecía.
Ya ni lo que sentía era claro, creyó adormecer estando bien despierto. Suspiró para alejar de sí toda bruma, ratificó que no veía y que afuera era noche y la luna menguaba.
Sintió desfallecer, aunque el asunto no le resultaba extraño. Era eso lo que él era, esa neblina de vidrio esmerilado lo que lo separaba; sin saber muy bien de que, de algo ajeno supuso. De aquello, se dijo.

Su cederé

Dejo que las cosas se creen en mi, me hagan vasija de barro. Las cosas sin nombrarlas desde mi lejanía, las cosas no ajenas me nombran a mi. Me susurran mis detalles. Yo sucedo, ¿Sucederé el próximo instante? Vagar dentro, despilfarrar afuera.
Sucederá en cualquier momento, seré en la lejanía lo que está bien cerca, amorfa, excitante, corpórea. Conjuraré los verbos sin pretéritos, ensanchando el plexo como los animales.
Si me detengo, moriré. Mi cama morirá primero, mis frutales después. Darán nacimiento al invierno, otorgándole vida a la nieve, al viento helado. Sucederé.
Y sino, será en mi todo aquello que no me necesita.

85


Ella es
mi pulóver inmenso en la mañana de invierno
los besos que está por darme
las plantas por regar
la mesita de luz desordenada
la mugre del patio donde festejamos la noche
la caricia desde mi propio centro
un desayuno para dos.

84


El tilo eterno
la casa es siempre pasado.
La glicina con su tronco fino y su poder
acaparó el lugar de la columna.

La fiebre que él es,  inflando sus costillas
sus estantes de roble
sus instantes de mazapán.

Se desmorona tu campo santo
se parcela tu infancia
todas las querellas afloran.

Sos casas, miles y nuevas
en glicinas, en campos
 siempre santos.

Isabel

Isabel se percata siempre de mis manías, las repele y alimenta.
Juntas somos jóvenes, cordiales y gentiles.  Pero déjennos solas tan sólo un instante y la cara de Isabel relincha y se llena de barba con cada reproche. A mi esta situación me divierte, por lo que sus reclamos se tornan cada vez más fuertes. Yo la soplo con ternura provocando tan sólo un poco más de ira.
Veo como, poco a poco, su cara toma la forma de un animal grotesco. El momento en que le empiezan a crecer pelos en las orejas resulta un poco desagradable en un principio, hasta que uno se acostumbra.
Mi tarea consiste en hacerla enojar, mostrarle sus fallas, refutar todo reclamo y salir airosa del asunto mientras su fisonomía recorre un abanico y degrade de emociones, enojos y sentimentalismos.
Después me siento un poco culpable y la contengo. Suerte que Isabel no se cansa de mí.