Lado b

Tengo un mecanismo, una operatoria para cuando me encuentro con gente que no conozco.
Algo que no me gusta comentar y que comparto con el gato que espera conmigo en el bar. Un mecanismo arraigado: Soñar un acontecimiento entero, cruzarte como cuando eras joven detrás del mostrador y no verte.
Sucede que el no conocido siempre llega tarde, entonces varío el final. Los parlantes del bar aumentan el volumen de la balada, el gato estira las piernas y se relaja en mi falda y así construyen conmigo el lado b de la historia. Automáticamente, al desatenderlo en pos de la minuciosidad de mi operatoria, el gato mueve la cola en señal de desagrado y amenaza con morderme. Yo pienso que sos como un gato pero al revés y te pones mimoso cuando me concentro en otras cosas.
El lado b de la historia tiene catalizadores, objetos de santuario (santuario adolescente, de ídolos idealizados), cosas que ahora son reliquias de la mente.
El lado b es una ficción aparte, una realidad concreta en donde los días de la semana son siempre una noche en microcentro, a la salida de un recital en donde sólo tengo unas zapatillas para salir corriendo. En el lado b también tengo un perro y un escritorio amplio y blanco que nunca uso. El lado b es tan largo que este texto es tan sólo un pequeño islote.
El lado b está entrando al bar, el no conocido no me reconoce y el lado b viste tu ropa.