91

la muerte después de la muerte
un dios arbitrario y caprichoso
sangrar como una sinfonía

el infinito en tinta
en la piel

innata compañía .

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Siempre vas a ser el jardinero de mi campo, el que riegue mis frutales y alimente las plantas aromáticas. Jamás podría quitarte el territorio que de tanto cuidado empezó a quererte y lleva ahora tu nombre. Te  lo cedo, ya sin pleitos ni reclamos. Seguirás arando, sembrando y cosechando a tu antojo. Que sin sentido haberte peleado por las frutas de estación cuando estuviste con ellas todo el invierno. No puedo pedirte que me devuelvas aquello que responde a tus manos. Te entrego todo y me mudo a la ciudad; al silencio de las grandes estructuras que intentan llegar a las nubes unidireccionalmente con tanta terquedad y al desconcierto de toda certeza, que tan bien me viene.
Siempre serás el jardinero, nunca quisiste entrar a la casa y sentarte cómodamente en el sillón. Nunca entendí porque, ¡si es tan grande y está tan vacía! Quizá haber corrido las cortinas, hacerte una copia de las llaves, pero no, ¡las enredaderas!, las enredaderas invaden desde los cimientos creía yo... y le ponía cada vez más vidrios a las ventanas, que la casa esté cálida para tu llegada.
Las tardes en el jardín, podando las rosas, las voy a extrañar...pero dormir años enteros acompañada de la amplia colección de muebles, la extensión de alfombras que se sucedían sin ninguna pisada.
Dormí afuera! me gritabas de vez en cuando y yo te seguía hasta el naranjo que me acunaba con su flor tan dulce. Dormí afuera! me decías en realidad con señas ya que nunca aprendiste a hablar.
Pero no, se hizo invierno y nos congelamos.
La cama caliente durmiendo con el reflejo de las estrellas en la almohada, las constelaciones girando toda clase de suertes, empapelando las paredes, vistiendo el placard de luces lejanas que no se preocupan de la eternidad ni del espacio y el viento armando una orquesta con la persiana. Nosotros afuera, el tilo pelado y el hielo en los huesos.
Es verdad que a mi siempre me quedo grande la cama, me acostumbre a dormir en el portal cuando la lluvia no amaina aunque la casa se abra de par en par.
Ahora el campo es tuyo y es santo. Quisimos venerar, santificar es nuestro oficio. Inmaculado que difícil que es de tocar y arar.
Tierra negra hay en la ciudad, y vos jardinero ¿De qué pensas trabajar?

Ser el sur

Eras una sola cosa con el mar, la marea bajó y vos te hundiste mar adentro. Te entremezclaste con la sal, te teñiste de marrón con el iodo; boqueaste un saludo, atragantado de espuma.
Mar adentro soñás; corriente de por medio vacilas entre guaridas de corales y cascos de barcos hundidos en la guerra de otro tiempo, guerra de costa, de marea alta y desenlace en los acantilados rocosos.
La choza de madera en la costa sur, viento salado que confunde al paladar y enfrenta las chapas del techo.
Pleamar, influjo consciente de la corriente subterránea que degrada la madera por debajo de los granos de arena.
Bajamar, arenal y presencia desnuda.

88

Tus ruidos salen de mi cartera, nacen del entramado de la tela e invaden la autopista atascada, el amontonamiento. A la gente no le molestaría si cantaras pero lo que se escucha no puede llamarse música. Sonidos entrecortados, alejados de toda escala, se meten sin prejuicio en los intersticios que dejan los brazos apoyados en los volantes, brazos que no retienen ninguna danza, brazos mudos.
De mi cartera vas brotando, sonido pelo sonido uña sonido fémur sonido estómago sonido pómulo sonido pliegue sonido párpado sonido pierna, sonidos que no conforman ningún cuerpo.
Cuanto molesta tu capacidad para inmiscuirte, para brotar e invadir. Que desastre de brazos muertos que no frenan el avance, que no te atrapan.
Sonido raíz sonido eco, y la autopista es una orquesta.

Él

Fue entonces cuando se dio cuenta de que no veía. Era niebla lo que se le adelantaba en su horizonte cada vez más corto. No era un problema de su fisonomía, no era el órgano lo que estaba mal. Era la incapacidad de distinguir las figuras, la imposibilidad de delimitar las cosas, era la noche gris en cualquier avanzada, lo vaporoso condensando lo que acontecía.
Ya ni lo que sentía era claro, creyó adormecer estando bien despierto. Suspiró para alejar de sí toda bruma, ratificó que no veía y que afuera era noche y la luna menguaba.
Sintió desfallecer, aunque el asunto no le resultaba extraño. Era eso lo que él era, esa neblina de vidrio esmerilado lo que lo separaba; sin saber muy bien de que, de algo ajeno supuso. De aquello, se dijo.

Su cederé

Dejo que las cosas se creen en mi, me hagan vasija de barro. Las cosas sin nombrarlas desde mi lejanía, las cosas no ajenas me nombran a mi. Me susurran mis detalles. Yo sucedo, ¿Sucederé el próximo instante? Vagar dentro, despilfarrar afuera.
Sucederá en cualquier momento, seré en la lejanía lo que está bien cerca, amorfa, excitante, corpórea. Conjuraré los verbos sin pretéritos, ensanchando el plexo como los animales.
Si me detengo, moriré. Mi cama morirá primero, mis frutales después. Darán nacimiento al invierno, otorgándole vida a la nieve, al viento helado. Sucederé.
Y sino, será en mi todo aquello que no me necesita.

85


Ella es
mi pulóver inmenso en la mañana de invierno
los besos que está por darme
las plantas por regar
la mesita de luz desordenada
la mugre del patio donde festejamos la noche
la caricia desde mi propio centro
un desayuno para dos.

84


El tilo eterno
la casa es siempre pasado.
La glicina con su tronco fino y su poder
acaparó el lugar de la columna.

La fiebre que él es,  inflando sus costillas
sus estantes de roble
sus instantes de mazapán.

Se desmorona tu campo santo
se parcela tu infancia
todas las querellas afloran.

Sos casas, miles y nuevas
en glicinas, en campos
 siempre santos.

Isabel

Isabel se percata siempre de mis manías, las repele y alimenta.
Juntas somos jóvenes, cordiales y gentiles.  Pero déjennos solas tan sólo un instante y la cara de Isabel relincha y se llena de barba con cada reproche. A mi esta situación me divierte, por lo que sus reclamos se tornan cada vez más fuertes. Yo la soplo con ternura provocando tan sólo un poco más de ira.
Veo como, poco a poco, su cara toma la forma de un animal grotesco. El momento en que le empiezan a crecer pelos en las orejas resulta un poco desagradable en un principio, hasta que uno se acostumbra.
Mi tarea consiste en hacerla enojar, mostrarle sus fallas, refutar todo reclamo y salir airosa del asunto mientras su fisonomía recorre un abanico y degrade de emociones, enojos y sentimentalismos.
Después me siento un poco culpable y la contengo. Suerte que Isabel no se cansa de mí.

82


La sombra del rayo
alimento de los veladores.
El viento enfurecido contra el litoral ennegrecido
 incubando rabia, apura su trayectoria.
La sombra del rayo se esconde rápido
vinieron a jugar  los cuerpos en lo oscuro.

Ídolos de la geometría perfecta
éste es un territorio que se nos escapa.
Nuestros nuevos cuerpos romboidales
pierden la forma.