120

La ribera está bañada por la humedad de la mañana.  Poca gente se va acercando a la orilla, susurra al compás de los fuelles de los bandoneones. En el barco resuena fuertemente la música del arribo, compartida con el muelle vecino y la tertulia.
Los señores gordos cantan falsetes para sus muchachas y los chiquitos arrojan sus redes al agua,  traman y hacen metáfora del entramado.
Unos chicos están despidiéndose. No hay nadie en el  muelle que haya concurrido para devolverles el saludo pero agitan sus manos enérgicamente, cada vez más fuerte. Uno de ellos saca su pañuelo y lo arroja.  Las madres están ocupadas llorando por sus hijos como para verlo caer, entonces es el muelle quien lo recibe .Miran una a una las caras, las guadan en la memoria para sentir luego algo de nostalgia. Si supiera dibujar  me detendría desde la cubierta a observar detenidamente el rostro de cada uno y les dejaría los retratos en su puerta.
Yo estoy aquí para perder el tiempo.