72

El sol no es
es luna eterna que brilla con halo lunar
para escuchar tus canciones
en la otra orilla del Reconquista
en el límite de la avenida
que inicia el parque de tu casa
con nombre de mujer.

Una

Los caballos en la línea de fuego de la batalla
esperan que floren los tilos
para transformarse en metáforas.
Sabotean la madera
antes de que los cinceles los tallen victoriosos.
Se condensan, sus respiración humea
con ímpetu bravo callan
aguardan
ya no relinchan
son metáfora.

Pedido

Venite temporal
asombrá al reconquista con tus deseos
reverdecé el río que fluye bajo la ciudad
y derrotanos.


Julia

Ella es su nieta, nieta de otro que no soy yo. Llama abuelo a alguien quien yo podría haber sido.
Si fuese mi nieta no sería así, y yo, seguramente, la querría de otra manera. Simplemente de una manera distinta.
Cuando viene al quiosco siempre le regalo algo y la dejo elegir los caramelos que más le gustan. Rara vez elije otros que no sean los de durazno, en eso nada se parece a mi, y a Elsa tampoco.
Elsa cree que apelo a la amabilidad con su nieta para lograr una nueva forma de aproximación a nuestros ritos enroscados, se equivoca. Estoy viejo, ya estamos viejos, nuestro recuerdo es viejo, nuestras pieles gastadas.
Su nieta no es para mi su nieta, sino la pequeña Julia. Llamada así en honor a su otra abuela, ramificaciones bastante ajenas a mi historia, a mi microcosmos vivido con Elsa a escondidas más de nosotros mismo que de nuestras familias.
Julia no se parece en casi nada a su abuela. Sus ojos son grandes y redondos, de un color marrón bien oscuro; el pelo lacio se le escurre y cae hacia la altura de sus hombros. Nada que ver con el cabello ondulado y largo de mi antigua compañera. Es impaciente, aún mucho más que los otros niños de su edad.
Me trata con simpatía, más por respeto que por cariño. Hace caso omiso al trato preferencial que yo le doy. Acepta las golosinas con un gracias de niña con buenos modales, pero un pequeño gesto que le produce dos arrugas en su comisura derecha revela cierta condescendencia. En eso sí que se parece a Elsa. Ese gesto siempre me sacó de quicio, pero en ella me causa ternura, cierta añoranza, quizá un atisbo de lo que se llama nostalgia.
Para mi las cosas simplemente se suceden, y la verdad es que no cambian tanto.
Julia produce un pequeño eclipse en lo que es la consumación de mi cotidianeidad buscada. Un pequeño caos de ojos color café que me mira ajeno a mi historia.
Yo acompaño el movimiento de mi mano hacia la suya con ternura, viendo en ella lo que no es de Elsa, viendome en un espera calma. La espera de lo que acontece en ese mismo instante, su gesto de agrado al ver sus caramelos preferidos.

Faena

Me vestí de lobo, lucí mis colores más brillantes.
Yo que siempre sufrí por cordero, me confundí los hábitos.
Con el oído agudo la ampare en la mueca de mi sonrisa, le canté una canción de cuna. Me desvistió en una palabra, mi pelaje inerte no alcanzó para su certeza. Me vi con hocico y muelas nuevas, ella remarco la perfecta punta de mis orejas y mi olfato tan fino.
Los veo desplegarse ajenos a mi. Siendo mi anteayer, mi verano nunca concluso. Helada, busco a la pasiflora en las paredes y el revoque solo sostiene dibujos. Obligándome a clavar la mirada en la distancia que mantienen ceremonialmente entre sus sillas, en todas las palabras que se reprochan en ese aire.
Ella que simulo quedarse dormida, llegar tarde y en pijama. Yo con trenzas y bordados.Vos, tu azul y tu lana, siempre impoluto; deseando desarmarse. desamarse. no amar nunca.
La faena, las costumbres reiteradas en nuevos sitios. Me obligas a jugar, cuando yo ya estoy cansada.
Los lobos lloran a los desconocidos. Aúllan para reunirlos en el coto de caza y que se despedacen ellos mismos, que hagan lo que los lobos no pueden.
Me retiro al otoño, a los otoños eternos, donde marcaste el inicio de las ausencias.
A lo simple del acolchado, a lo estrecho de la sábana, a la caricia del viento que viene desde el otro cuarto. Donde no es necesario el pelaje; donde no habitan los lobos, en el hielo del volcán.

En el día inmediatamente anterior al de ayer

No hay nada que recuerde más al verano que cierto tipo de desorden casi programado.
Las sábanas que no se cambian hace días, las ropa entreverada con los libros en el piso.
La inexistencia de la sábana.
Dormir vestido, como si la ropa cubriera el abandono al que nos obliga la noche de verano.
El espacio hueco, vacio, profundizado que dejan los sonidos al irse como si transportaran ecos de otros anteayer. El verano siempre es anteayer.
Me presento, y te presento, éste mi pozo, verano.

66

El se percartó igual que yo de que su corporalidad respondía a los sonidos.

65

20 estruendosos portones irrumpieron en la tarde
armonizaron con el canto del zorzal y el cielo casi celeste.
Salieron a la vereda y bailaron impunes.
Los ríos de rocas reptaron a toda velocidad
al ras del suelo
por el acantilado hasta mi coche.
No me digas lo que no fui
en el pasado nadie es.