A Rocio no le gustan los zorros

Ni los perros de caza. Trenza su pelo en la laguna que el vendaval trasladó de orilla. Descansa su ropa en la piedra y juega en el agua hasta agotarse.
Rocio no cree en la inocencia y mira con malicia los peces que mordisquean sus pies, haciéndole cosquillas.
Los zorros siempre fueron astutos y eso es lo que la aterra, que no puedan dejar de serlo. 
Sale a caminar, metódicamente, un pie detrás del otro. La gracia de la caminata es que un pie quede siempre detrás, lo tiene muy en claro. Y aún así a veces piensa en el pie de adelante y trastabilla.
El encadenado de la ciudad no la aterra, fue construido con un fin sin sentido desde el principio, ¿pero lo demás?,  el río, los bosques, los sentimientos, los zorros, los peces...la búsqueda de sentido. Entonces se dice en voz alta: -No! No me gustan los zorros!. Y algún distraído que pasa por ahí la mira con cara rara; mientras, ella sigue caminando, metódica, absorta.
Cuando se va a dormir descansa, se aleja de la laguna y juega con los zorros, los mima y alienta.
Despierta enfurece. Repite en su cabeza el hilado de la ciudad, los ríos, los bosques, los sentimientos, la laguna, los peces, la piedra y repite con certeza: un pie delante del otro, uno adelante, el otro atrás. Y trastabilla.