Los que no duermen

Vos apareces en la habitación casi mágicamente, de manera inoportuna. Los grandes se preguntan porque tus manos están acá, apoyándose en mi almohada, y los más jóvenes me preguntan quién sos. Les invento una historia simple, algún familiar lejano, un viejo amigo que vino de visita.
A los viejos los ignoro, que no me vengan a hablar de destino.
Espero a que las sábanas estén tibias, te traigo un te. Descanso un rato enredándome en tu pelo, casi un año.
Ya limpio te acompaño hasta tu casa. El barrio parece intacto, hasta los bichos conservan su puesto; sólo las hojas se renuevan. Me acuerdo de un libro que una vez me regalaste, un cuento sobre la distancia, algo así como desplomarse delante de cualquier árbol y regalarle algo alguien por cada hoja que cae. Sublimarse y desaparecer. En ese momento me pareció inmerso en sentidos, si lo releo ahora seguro me resulta artificioso y redundante.
Te saludo desde la puerta imaginando los pasos que restan para atravesar la sala, el rechinar de la puerta y los sonidos de la escalera. En mi visión me esfuerzo por mantener el lugar y el orden de cada objeto. Te dejo cuando, imagino, cruzas el hall y encendés la estufa. ¿Cuánto falta para que te duermas? Quizá 20 o 30 minutos; lavarte los dientes, sacarte la ropa...Mientras tanto pienso en dormir siglos.

Si supiera como llegar a mi sin tener que viajar tantos kilómetros lo haría

Quedarme entera,
destrozar el lapso de tiempo visible
entre tu forma y el contenido.
Contar un cuento corto
y desplomar todas las intenciones
en una almohada, en un sueño o en tu pecho.