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Siempre vas a ser el jardinero de mi campo, el que riegue mis frutales y alimente las plantas aromáticas. Jamás podría quitarte el territorio que de tanto cuidado empezó a quererte y lleva ahora tu nombre. Te  lo cedo, ya sin pleitos ni reclamos. Seguirás arando, sembrando y cosechando a tu antojo. Que sin sentido haberte peleado por las frutas de estación cuando estuviste con ellas todo el invierno. No puedo pedirte que me devuelvas aquello que responde a tus manos. Te entrego todo y me mudo a la ciudad; al silencio de las grandes estructuras que intentan llegar a las nubes unidireccionalmente con tanta terquedad y al desconcierto de toda certeza, que tan bien me viene.
Siempre serás el jardinero, nunca quisiste entrar a la casa y sentarte cómodamente en el sillón. Nunca entendí porque, ¡si es tan grande y está tan vacía! Quizá haber corrido las cortinas, hacerte una copia de las llaves, pero no, ¡las enredaderas!, las enredaderas invaden desde los cimientos creía yo... y le ponía cada vez más vidrios a las ventanas, que la casa esté cálida para tu llegada.
Las tardes en el jardín, podando las rosas, las voy a extrañar...pero dormir años enteros acompañada de la amplia colección de muebles, la extensión de alfombras que se sucedían sin ninguna pisada.
Dormí afuera! me gritabas de vez en cuando y yo te seguía hasta el naranjo que me acunaba con su flor tan dulce. Dormí afuera! me decías en realidad con señas ya que nunca aprendiste a hablar.
Pero no, se hizo invierno y nos congelamos.
La cama caliente durmiendo con el reflejo de las estrellas en la almohada, las constelaciones girando toda clase de suertes, empapelando las paredes, vistiendo el placard de luces lejanas que no se preocupan de la eternidad ni del espacio y el viento armando una orquesta con la persiana. Nosotros afuera, el tilo pelado y el hielo en los huesos.
Es verdad que a mi siempre me quedo grande la cama, me acostumbre a dormir en el portal cuando la lluvia no amaina aunque la casa se abra de par en par.
Ahora el campo es tuyo y es santo. Quisimos venerar, santificar es nuestro oficio. Inmaculado que difícil que es de tocar y arar.
Tierra negra hay en la ciudad, y vos jardinero ¿De qué pensas trabajar?