Un verano entero después de una guerra de espadas se desata. Temporal de olas cálidas. Sólo las cúspides de las torres de esta ciudad desbandada refrescan. Un enjambre, una sucesión de bienvenidas. El otoño no espera, viene al final del llamado, a la caída del último fruto, con la piel de la ultima chicharra.

120

La ribera está bañada por la humedad de la mañana.  Poca gente se va acercando a la orilla, susurra al compás de los fuelles de los bandoneones. En el barco resuena fuertemente la música del arribo, compartida con el muelle vecino y la tertulia.
Los señores gordos cantan falsetes para sus muchachas y los chiquitos arrojan sus redes al agua,  traman y hacen metáfora del entramado.
Unos chicos están despidiéndose. No hay nadie en el  muelle que haya concurrido para devolverles el saludo pero agitan sus manos enérgicamente, cada vez más fuerte. Uno de ellos saca su pañuelo y lo arroja.  Las madres están ocupadas llorando por sus hijos como para verlo caer, entonces es el muelle quien lo recibe .Miran una a una las caras, las guadan en la memoria para sentir luego algo de nostalgia. Si supiera dibujar  me detendría desde la cubierta a observar detenidamente el rostro de cada uno y les dejaría los retratos en su puerta.
Yo estoy aquí para perder el tiempo. 

119

Desde mi balcón veo las cuatro esquinas, esta es una ciudad fría en verano.
El oficio de la soledad comienza en invierno, con el calor de las tazas y la vibración del agua hirviendo. Se gesta durante marzo y el brío hace estallar las copas de coctel escondidas en el armario.
La particularidad de los gestos, la minuciosidad del detalle puesta en cada acto nos diferencia arbitrariamente. Como si la decisión final se encontrara en ponerle o no azúcar al café, cómo si ese pequeño gesto definiera mi posición ante tu propuesta. Lamento decepcionarte, es la arbitrariedad lo que define la acción en este caso.
Comencé a construir este castillo de tazas vibrantes y su solidez flaquea, sólo así podrá ser formidable. Esta esquela de pequeñas piezas secundarias será lo que haga memorable mi oficio. Habilitar su contexto, darle peso a su entorno, ficcionar el olvido de lo importante.
Si hablo de mi, si me atrevo a hacer uso del yo es sólo porque soy un hecho secundario. Una mentira accesoria  que refuerza el nudo central de la historia.
Si quisiera contarte acaso algo importante, empezaría por decirte nimiedades. Descreé de los principios y sobretodo de las palabras, lo que importa acá es letra, la puntuación, lo espacios que dejo entre cada palabra. Si pudieras leer esto a mano alzada entenderías la importancia de los pequeños rituales; el café, la taza azul, la radio sonando sin importancia.
Si me atrevo a hablar de vos es porque en realidad es tu abrigo el que importa. Que te hayas puesto tu piloto y que la lluvia no se haga presente. El resto es circunstancial, me puedo imaginar lo que pensaste y aunque me equivoque no tendré problemas con eso.
Esta ciudad se pone realmente fría en verano, la humedad se condensa en las mangas del piloto del chico del tercer piso, desde el balcón veo proyectarse las lineas posibles de su caminata cuando cierra la puerta del edificio. En lo único que puedo pensar es en que si lloviera el plástico del piloto reluciría y el amarillo se reflejaría en sus manos.

118

"Uno de nuestros amigos se iba por largo tiempo, no especificó el lugar, aunque lo conocíamos. Su entusiasmo lo llevaba a ahondar cada vez más en cada estúpido detalle. Hartos de escucharlo decidimos encerrarnos en su casa mientras él vociferaba desde el fondo haciendo apuestas en su cabeza sobre cuanto tiempo íbamos a demorar en terminar en la cama.
Resulta incómodo luego de tanto tiempo estar solos ahí dentro, pero veníamos encontrándonos desde hace un tiempo. Nos desnudamos más rápido de lo que pensaba, supongo que después de un tiempo hay cosas que se memorizan. Deberíamos seguir haciéndolo despreocupadamente pero quedan pocas casas en las que nos veamos casualmente.
Y si, tuve que ser irónica y cruel. Pero cuando llego tu esposa vos seguías actuando cómo si yo no fuera un hecho importante. En algún punto hicimos un trato ¿Verdad?. Aunque no estemos de acuerdo.
Nuestro amigo se va ir de viaje, no importa cuanto insistamos,así que no tiene sentido continuar la charla.
Mis modales fueron en desmedro y la sinceridad de tus actos es aterradora.
Soy demasiado ficticia como para mentirme, quisiera hacer una declaración de los principios, explicarte que es sólo una cuestión de sincronización, hacer algún gesto heroico que te acerque...Pero querida, ¿no ves que somos un sueño?. Somos señuelos de los hechos, amémonos un rato más, que los tratos acá son lo menos importante."

Tuve un sueño horrible querido, es que en verdad los fantasmas lo son. Disculpa que no llame para contártelo y hacer algo al respecto. Es que quisiera engañarme, pero los cuerpos de los fantasmas rara vez están donde uno los llama.




117

Cuando estoy yo en tu campo no se caza porque es disputa de amor.
Los tordos son seis, sólo seis en el árbol pelado. ¿ Con quién hablan cuando hablan los tordos del Alerce? ¿Acaso sabías que ellos mienten?  esconden su porvenir en nidos ajenos.
Cuando estoy yo tu campo es recorrido, promesa gravitatoria.

Cecilia


Cecilia y yo teníamos un acuerdo, ninguna de las dos se iba morir al menos que sea estrictamente necesario, como en el caso de tener que faltar si o si al trabajo o el cumpleaños de alguna tía lejana.
En  los primeros años no nos causó mayores inconvenientes, lo más cerca que estuve de romper el acuerdo fue por una angina que se me complico e hizo una faringitis aguda.
Desde niñas fuimos lo suficientemente cautas como para ahorrar el dinero que nos daban para el quiosco, nos imaginábamos que para vivir eternamente necesitaríamos tener al menos una casa y terrenito propio. Con el tiempo fuimos logrando nuestro cometido. A los 28 teníamos una casa de 4 ambientes con un  pequeño jardín,  fondo de 40 x 10 y una muy buena luz ambiente.
Logramos llevar a cabo las actividades diarias sin mayores inconvenientes, sepan que para planear una vida eterna primero hay que aprender a lavar los platos y minimamente autosustentarse, una pequeña huerta, unos frutales y un gallinero. Decidimos, por el momento, no tener mascotas ni hijos, no al menos hasta aprender a sobrellevar la vida entre nosotras.

Cecilia fue la primera en traer la problemática a casa, de manera inocente, sin conciencia clara de los hechos. No puedo culparla. Aprendimos a organizarnos hace ya varios años, para lo que podría llamarse la cotidianidad estábamos preparadas. Fue entonces cuando a Cecilia se le ocurrió traer un par de plantas de interior para tener de que ocuparse (habíamos convenido que el tejido lo íbamos a comenzar recién bien entradas en los 60) . Debo decir que a mi me agradó bastante la idea, además aportaban a la decoración de la casa. El problema fue que Cecilia se encariño excesivamente con ellas  y no lograba entender el momento de su partida. Más allá de lo minuciosa que fuera con el cuidado la mayoría de las veces se le secaban y, casi paradojicamente, ella las reponía por plantas aún más delicadas. Intenté hacerla entrar en razón, pero no hubo caso. Al final probé, en vano, levantarle el humor trayéndole nuevas, pero ella siempre añoraba a la anterior y no había manera de convencerla.
Supuse que era una etapa, una traba en la larga trayectoria, así que decidí restarle importancia.
Poco a poco fue olvidándolo, pero una marca irreparable quedó en ella. Como esas cicatrices blancas y abultadas. Su humor cambió, casi imperceptiblemente. De hecho no noté el daño que le había causado hasta el nuevo incidente. Por supuesto las cosas se fueron sucediendo, no me di cuenta de lo que se estaba gestando hasta estar ya muy metida en ello.
Fue a mediados de otoño, para mi cumpleaños número 32. Ella estaba esplendida, luminosa, alegre. Sabía que me había planeado una sorpresa, su ansiedad la delataba. No podía imaginar que era aquello que la excitaba tanto y la ponía por fin de tan buenos ánimos. Me contagio enseguida y unos tres días antes de mi cumpleaños la casa se lleno de júbilo y expectativas.
El día en cuestión empezó de la manera más inesperada. No me despertó llevándome el desayuno a mi habitación, cómo acostumbrábamos en las fechas especiales, sino que espero a me levantara ya pasada la mañana y me dirigiera hasta el comedor. Ahí estaba ella, lista. Las tazas preparadas sobre la mesa, el agua  en la pava esperando el momento de ser calentada y mi sacó de te preferido en la taza, el pan cortado y listo para tostar, las servilletas en el servilletero y una al costado de cada individual, todos los detalles. Cecilia radiante, esgrimiendo una sonrisa. Había seleccionado mi ropa, toda mi vestimenta, y la había dejado al costado de la cama, así que nos encontrábamos ambas alineadas y con los sobretodos extendidos sobre la silla. Pensé que era un gesto de gala, alguna salida.
Al verme me dirigió una sonrisa y una rápida mirada a mi vestuario comprobando la certera  elección. No hizo comentario alguno y enseguida encendió la hornalla. Espero callada a que el agua calentara, había puesto la cantidad justa para ambas tazas, y nos sirvió en silencio.
Al sentarse tomó un sobre que había dejado en la silla anexa y, 10 minutos después de haber entrado por primera vez al comedor, me dirigió la palabra: ¡Feliz cumpleaños! . Simple, sincero y amoroso. Enseguida, ni bien hubo terminado de pronunciarlo, puso el sobre delante de mi taza.
No tenía ni la menor idea de que podía ser y lo abrí con total curiosidad. Para mi sorpresa estaba vacío. No se que cara habré puesto, pero al instante tomó mi mano y me explicó como si fuera un niñita "Es nada, por lo tanto también es todo". Es vacío, pensé,  y lo vacío está lleno pero únicamente de nadas. Me aterré, pero ella ni siquiera se inmuto. Dejó mi mano nuevamente sobre la mesa con una pequeña caricia. Me invito en silencio a continuar el desayuno, con una sonrisa maternal me ofreció unas tostadas untadas.
Se fue esa misma mañana, vestida de gala, amorosa, y no volvió hasta dos veranos después.


115

Un vez avanzado el síntoma decidió mudarse a su casa.
Poco a poco la fue llenando de objetos infantiles. Le gustaba la pulcritud de su departamento, pero no podía evitar sentir fascinación por los pequeños objetos de plástico. El primero fue un reloj que imitaba la cara de un gato de un dibujo animado de los ´70. No buscaba los objetos sino que se los encontraba al pasar, como si estuvieran llamándola, y no dudaba en comprarlos. En su mayoría eran baratijas, pero de buen gusto.
Objetos al azar fueron colmando los estantes y rincones hasta convertir el departamento en uno de esos que él odiaba, abarrotado y nada distante de aquellos llenos de estatuillas , porcelanas, cerámicas y recuerdos de bautismos y casamientos que guardan las viejas.
Aún así,  cuando ella ya no pudo salir a pasear, si al volver del trabajo por casualidad topaba con algún objeto similar lo compraba. Al llegar a la casa lo ubicaba en algún lado, no se lo mostraba, simplemente lo anexaba a la colección. Entonces se daba cuenta de que sus compras eran realmente de mal gusto y muchas de las veces terminaban en la basura. Con el tiempo afinó el gusto e, incluso mucho después de que ella vuelva a su antigua casa, continúo con la costumbre.
Más tarde sus hijos adorarían cada objeto y odiarían el extremo cuidado cuando se les permitía tocarlos y las restricciones continuas a jugar con ellos. Aún más tarde sus nietos, sin ninguna consideración, guardaran sólo un par de ellos a modo conmemoratorio. No entenderán la ridícula obsesión de su abuelo por semejantes chucherías y aún menos la obstinación de su abuela con no explicar ni decir absolutamente nada al respecto.

Ratas

Si las ratas invaden la ciudad la peste será terrible. Correrán entre los muertos, crecerán en el moho , se alimentarán de nuestras crías.
Desde abajo de la tierra hacia arriba, creciendo como tubérculos.
Entonces los incendiarios tendremos nuestra oportunidad.

A Rocio no le gustan los zorros

Ni los perros de caza. Trenza su pelo en la laguna que el vendaval trasladó de orilla. Descansa su ropa en la piedra y juega en el agua hasta agotarse.
Rocio no cree en la inocencia y mira con malicia los peces que mordisquean sus pies, haciéndole cosquillas.
Los zorros siempre fueron astutos y eso es lo que la aterra, que no puedan dejar de serlo. 
Sale a caminar, metódicamente, un pie detrás del otro. La gracia de la caminata es que un pie quede siempre detrás, lo tiene muy en claro. Y aún así a veces piensa en el pie de adelante y trastabilla.
El encadenado de la ciudad no la aterra, fue construido con un fin sin sentido desde el principio, ¿pero lo demás?,  el río, los bosques, los sentimientos, los zorros, los peces...la búsqueda de sentido. Entonces se dice en voz alta: -No! No me gustan los zorros!. Y algún distraído que pasa por ahí la mira con cara rara; mientras, ella sigue caminando, metódica, absorta.
Cuando se va a dormir descansa, se aleja de la laguna y juega con los zorros, los mima y alienta.
Despierta enfurece. Repite en su cabeza el hilado de la ciudad, los ríos, los bosques, los sentimientos, la laguna, los peces, la piedra y repite con certeza: un pie delante del otro, uno adelante, el otro atrás. Y trastabilla.